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sábado, 7 de octubre de 2017

EL RECLUSORIO

Era un día nublado, con aire frio, el cielo estaba gris, plomizo, triste, deprimido, como si el ambiente quisiera unirse a mi interior, a mis sentimientos, a mi alma, a mi ser. Siempre que he viajado a la capital de mi país me da la impresión de que es una ciudad sucia, caótica, desordenada, bulliciosa, como un inmenso panal dónde la gente se amontona, los vehículos no cesan y pasan a centenares por las calles, donde parece que todos viven rodeados pero al mismo tiempo todos tan anónimos, tan invisibles, tan extraños unos de otros, donde la humanidad se perdió y solo existe la frialdad de la coexistencia, donde las avenidas y bulevares son víboras serpenteantes de extensiones kilométricas y laberínticas, dónde puedes desaparecer y nadie se daría cuenta, ni lo sentirían, ni te recordarían.
Llegamos al estacionamiento del reclusorio donde mi papá se encontraba, al descender del automóvil de mi tío que nos había llevado pude contemplar la mole del edificio que con letras grandes anuncia que se trata de una prisión. Sentí un nudo en mi garganta y una ola de sentimientos llegó a mi corazón, de pronto quería gritar, llorar, huir de ahí. Sentí que mis piernas temblaban y mis manos estaban frías, sudorosas, sin embargo mi alma quería ver a mi padre. Tenía un mes de no verlo, mis hermanos ya habían tenido la oportunidad, yo le había dicho a mi madre que ahora me tocaba a mi viajar con ella, que extrañaba a papá. Ese día lunes falte a clases para poder visitar a mi progenitor. Entramos al espacioso lobby donde varías filas de personas esperaban para registrase, donde la monotonía del lugar era abrumadora, donde la indiferencia y frialdad de los custodios y guardias te dice que estas en el submundo criminal, en el submundo de lo judicial, de la vida sin vida, allí dónde no hay Dios y solo reina la impiedad. Como odié este lugar, la prepotencia de las custodias que me manoseaban al catearme en los módulos de seguridad para revisar que no introdujera armas o substancias ilícitas, aquellas manazas que me tocaban los pechos y desacomodaban mi sostén, ¡qué intrusivas las sentía!, y como laceraban mi ser, mi pudor, mi recato. Como odié las veces en que me pedían que me quitara la pantaleta y abriera mis piernas parada en forma de tijera para comprobar que no traía algo escondido en mi intimidad, asi que aprendí a llevar falda y no pantalón. Odié las veces en que tuve que quitarme los zapatos y las calcetas y sentir el frio del piso y pisar la suciedad. Las veces en que los custodios encontraban pretextos para no dejar pasar la comida que con tanto amor había preparado mi madre o la ropa limpia que llevaba a mi papá solo para recibir el soborno que se les tenía que dar y así era como la comida y la ropa lograba pasar al siguiente modulo de seguridad y la historia se repetía, y la dadiva nuevamente pasaba a sus manos, hasta que entrabamos al lugar.
Por fin iba a ver a papá, después de casi un mes, un mes que había sido una eternidad, un largo caminar y al verle sentí tanto dolor, ver aquel hombre que era mi admiración, mi héroe, aquel hombre que para mi era tan fuerte y que todo lo podía o lo sabía, aquel que era mi consuelo y mi seguridad, tan débil, tan indefenso, como había perdido peso y su cara se había arrugado, su pelo encanecido y le vi perdido como niño, cansado, derrotado, aniquilado, me acerque a él y le dije papá, que dulce palabra, que dulce adjetivo, que dulce apelativo, cuando sale del alma, cuando sale del corazón, cuantas veces lo dices en la vida pero nunca lo aquilatas y sin embargo significa tanto, significa todo, lo abrace, lo abrace con todas mis fuerzas, me había prometido no llorar y ser fuerte para no afligir a papá, pero no pude, no puede, lloré y lloré y me salía la palabra papá, papá, papá. Mientras el me decía ya hijita, no llores chiquita, no llores mi niña, ya pequeñita, ya mi corazón y me apretaba fuertemente en un abrazo que me supo a cielo y su voz se quebraba y las lagrimas amenazaban con salir de sus ojos. Me separe de él e hice un esfuerzo tremendo por controlarme porque no quería ser la causa de hacerle pasar la humillación de llorar delante de mí. Al final fue un día feliz, me senté a su lado y me recargue en su brazo y comimos juntos, que feliz me sentí, que dichosa, mientras mi madre me decía suelta a tu papá que no lo dejas comer y él le respondía déjala hija no me molesta, déjala, déjala. Comí con mucho apetito, y pase una tarde linda con mis dos amores, con los seres que eran los mas importantes para mi y reímos y nos contamos anécdotas de esas que hay entre familia, de esas que forman la historia intima de cada hogar. Ese día regresamos a la casa de mi tío ya de noche, yo mas tranquila, menos angustiada y con mas esperanza.
El principio siempre es lo mas difícil y después la rutina se abre paso, y la convivencia comienza entre las familias que visitamos a los reclusos, comenzamos a compartir, a platicar, a intimar, a forjar amistad, a protegernos, a ayudarnos unos a otros. Recuerdo a un matrimonio español, él era un señor como de 60 años, estaba en prisión porque había sido acusado de robo, la señora era muy simpática, dicharachera con un vozarrón que se escuchaba a kilómetros y su risa era como un trueno. Ella y yo solíamos platicar mucho, sus cuatro hijos eran buenos mozos, bastante guapos y a veces me invitaban a comer con ellos en la visita familiar o intercambiamos platillos con los que llevaba mamá. Recuerdo que a veces tomaba en brazos a mi hermanito de solo unos meses de edad próximo a cumplir el año y paseábamos por los jardines del lugar, para que estuviera entretenido y no llorara como suelen hacerlo los niños de pañal y mientras, algunos custodios, reclusos o visitantes se acercaban a mi porque les causaba ternura la infantil figura de mi hermanito, y le tocaban el cachete, le hablaban, le sonreían. 
Como en la sociedad de afuera que esta divida en clases, así era este lugar. Los edificios de las celdas o dormitorios están denominados por letras y desde luego por clases, hay para quien puede pagar y hay para el que no. Tenía además, restaurantes que administraban los reclusos, eran como franquicias que la dirección del penal les permitía tener. Había aquellos de lujo donde comían los internos mas adinerados, y los menos donde los no tan afortunados podían ingerir sus alimentos. Había por doquier tienditas en pequeñas casetitas de metal, donde se podía comprar aceite, frijol, arroz, detergente, jabón, champú, golosinas, refrescos, papel sanitario y por supuesto cigarros y cerillos.
En este lugar conocí a uno de los narcotraficantes mas famosos de la década de los 80's en mi país, comiendo en uno de estos restaurantes rodeado de guardaespaldas y que en el año 2013 pudo salir de prisión cuando la justicia federal le otorgo un amparo, hoy día se considera como prófugo y la justicia lo busca, ¡que miedo me dio!. También conocí a unos artistas de televisión que salían en un popular programa que se transmitía en mi país cuyo nombre era la porra de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), al parecer estaban ahí por posesión de drogas.
Mi papá compartía la celda con ocho personas más, entre ellos había un asesino, había matado a la que había sido su pareja, ella lo había delatado porque se dedicaba a actividades ilícitas y un día mientras este recluso y otro sujeto circulaban en automóvil, se cruzaron con ella, la vieron caminando en la calle, él le dijo a su acompañante párate junto a ella y así lo hizo, él bajo del auto y obligó a esta pobre muchacha a subir, dentro comenzó a golpearla salvajemente, mientras el que conducía le decía ya déjala y de pronto se escucho el sonido seco de un disparo, la había asesinado y ni siquiera el hecho de que estaba embarazada le detuvo para cometer semejante atrocidad. Se deshicieron del cadáver, pero finalmente las investigaciones que realizó la policía dieron con ellos y por eso estaban sujetos a proceso. Uno mas era un secuestrador, otro era un asaltante de bancos, bueno presuntos mientras no se demuestre lo contrario y con mi papá había también un violador.
Los reclusorios en la ciudad de México son como se cuenta en las películas, si no perteneces a una pandilla o no formas parte de un grupo te las ves muy mal, porque abusan de ti, te asaltan, golpean, te extorsionan. Mi padre al principio no conocía a alguien y por lo tanto tuvo que pasar por estas cruentas experiencias. Pero al final sus compañeros de celda le protegieron, también entre los reclusos se da la camaradería, y se apoyan uno entre otros, se comparten las cosas. Mamá solía llevarle frutas que no fermentaran pues estaban prohibidas y prepararle algunos platillos para que no comiera del "rancho" (así se la llamaba a la comida que dan las autoridades a los internos), la otra opción era ir a los restaurantes. Así que mi padre compartía estas viandas con ellos, se convidaban el jabón o la pasta de dientes o el aceite o el café, cuando a alguno ya se le había terminado. Se acostumbra en estos lugares a que los internos se preparan sus propios alimentos en las celdas con lo que les llevan sus familias.
Muchas veces mi padre enfermó de depresión y se sentía triste de manera mortal y sin esperanza y ya no quería comer, y sus compañeros de celda le decían animo, no dejes que te de "el carcelazo" (así se conocía a la depresión en prisión) y le preparaban de comer y lo obligaban a que lo hiciera. En la cárcel tienes que mantener tu mente ocupada para poder sobrevivirla así que mamá le llevó a papá varios libros y su amado ajedrez, y le compró unos tenis para que saliera a correr y le llevo una televisión con radio portátil para que se entretuviera. Cierto día después de correr, papá se dirigía a su celda para tomar su ropa e ir a las duchas, le cerro el paso un sujeto con una "punta" (termino que se le da en prisión a un pedazo de metal trabajado con torno en punta y con un mango hecho de cinta de aislar o masking) y le dijo dame tus tenis o te carga. Mi padre se enojó mucho, estaba cansado de los abusos y le dijo no te doy nada y hazle como quieras. Pues aquí te mueres le contestó (me ahorro todas las palabrotas que se dijeron). Estaba sucediendo esto cuando atrás de mi padre se escucho una voz que dijo te están molestando y dijeron el nombre de mi padre. Papá volteo y eran dos de sus compañero de celda. Le dijeron al sujeto lárgate de aquí o te carga a ti hijo de... Te lo advertimos no te metas con él, porque si le pasa algo vamos por ti a tu celda, tu estas en el edificio X en la celda Y. El fulano se marchó advirtiendo de su terrible venganza. 
Por fin salió la resolución del Juez que llevaba el asunto de papá y otros tres inculpados por el fraude que hubo en el banco. El juez se había declarado incompetente para conocer la causa pues la ley establece que en el lugar en que se cometió el presunto delito es el lugar donde se debe llevar el juicio. Así que ordenó el traslado de papá al estado de la republica donde vivíamos junto con las otras tres personas detenidas y dio vistas al juez federal que radicaba allá para que conociera del caso e iniciara el juicio. Seis meses después del arresto de papá regresaba nuevamente, estábamos felices y llenos de esperanza, ese día papá le dio a mamá los libros, la televisión, los trastes y todas las cosas que tenia en su celda y otras mas las había regalado a sus compañeros de prisión. Era domingo día de visita familiar estábamos todos mis hermanos, mi abuela paterna, mis abuelos maternos, algunos tíos de ambos lados de la familia, primos y tías, felices comiendo, felices porque papá ya no estaría tan lejos, entonces comenzaron a llegar los compañeros de celda de papá y le decían: qué ya te vas, ¡que bueno!, felicidades, ojalá todo salga bien, y lo abrazaban y le daban fuertes palmadas en la espalda. Me maravillo ver a esos rudos y endurecidos sujetos por la vida dando muestras de autentico afecto y entendí que aun el corazón mas ruin puede guardar algo de compasión, humanidad, amor y alegría en su interior. El día lunes a las ocho de la mañana papá fue llamado a la aduana del reclusorio, subido a un vehículo policial y trasladado al estado donde vivíamos.
Comprendí entonces que una invisible providencia había protegido a mi padre, le había guiado, había movido esos corazones de roca para que le cuidaran, había salido sano y salvo de esa parte de la prueba. Comprendí entonces que en ese submundo de lo criminal, en ese submundo de lo judicial, de ese submundo de impiedad, de vida sin vida, si hay piedad, si hay vida y si esta DIOS presente. 

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