CONTINUACIÓN...
su boca
bajo hasta la punta de sus dedos y también los beso dulcemente, mientras sus
manos acariciaban con delicadeza y galantería la extensión de aquel pedestal
femenino que se entregaba prendado. Alejandra se enderezó y tomo su cabeza por
la nuca atrayéndola a su pecho y le abrazo con ardor y beso sus cabellos,
mientras el sintió la calidez de su regazó y pudo escuchar el ritmo acompasado
de su corazón acelerado. David levantó su cabeza y volvió a besar sus labios en
apasionadas y acaloradas caricias de bocas enamoradas, sus manos tomaron su
blusa y la levantaron de manera rápida. Alejandra levantó sus brazos para
facilitar que quedará fuera de ella. Sus cabellos cayeron desordenados sobre su
rostro, mientras él retiro su corbata y se quitó la camisa. David se levantó y
la tomo a ella sujetándola del talle y se fundieron en un abrazo de fuego, de
lumbre y de pasión, de unión de seres, de esencias y fragancias, donde las
horas no importan, donde el tiempo se detiene y no existe algo más alrededor y
volaron en su firmamento de luz y de horizontes, de nubes y brisas, de sol
esplendoroso en brillos de amor. Él águila, ella paloma enamorada. El sostén
cayó dejando libres esos montes gemelos coronados de cúspides rosas, elevadas y
excitadas y endurecidas por las sensaciones voluptuosas del momento, y la
cerradura del secreto del pecho femenino fue abierta dejando al descubierto el
ansia enamorada de una mujer que se entrega a quien eligió para mostrase en la
verdad apasionada. La falda y el pantalón cayeron y quedaron enredados a los
tobillos de sus dueños, mientras las manos comenzaron más osadas, libres y
envalentonadas a explorar las siluetas, los relieves y las curvas de los
cuerpos que se entregan, conociendo los secretos de la privacidad individual
que forma cada persona. Las manos de David se cerraron ávidas y hambrientas
sobre sus pechos en caricias circulares y pronto los labios viriles y sensuales
se posaron sobre aquellos capullos que se ofrecían. Su lengua lamia tierna y
apasionada aquellas partes del cuerpo femenino, mientras leves quejidos
brotaron de la garganta de ella, desahogando así al alma aprisionada. David
beso su cuello, en besos tiernos y fugaces, casi un leve toque y pudo aspirar
su perfume que se mezclaba con el sudor transpirado, recorriendo la curva que
se forma con el hombro. Ella comenzó acariciar aquel pecho de hombre y bajo
lentamente hasta al abdomen, mientras sus dedos traviesos comenzaron a
introducirse en el resorte de su calzoncillo, pronto llegaron a la meta de su
recorrido y se posaron en aquel faro que orgulloso ya estaba erguido y
comenzaron a acariciarlo en recorridos de ida y vuelta, arremangando y soltando
la piel de ese instrumento de amor y de pasión, dispuesto a penetrar en los
secretos interiores de ella. El aroma de esta virilidad subió hasta el olfato
de ella, llegando a su cerebro y despertando su ansia de sexo. La caricia de
ella comenzó a ser más frenética, mientras el dejó escapar un gemido y comenzó
a pronunciar en el oído de ella su nombre. El terminó de quitarse esta prenda y
le quito el liguero y la pantaleta a ella y la última media de manera
embrutecida por la excitación carnal que experimentaba. El calzado de ella que
faltaba por retirar hace rato que se había perdido en el frenesí de la batalla.
Él se quitó su calzado y sus calcetines y por fin ambos quedaron sin ninguna
atalaya de tela que cubriera sus cuerpos y se contemplaron avivando aquel
fuego, aquella fragua, aquella hoguera por la visión que sus ojos
experimentaba. Él pudo ver aquel monte de venus con sus vellos oscuros formando
un delicado triangulo, que era una invitación a la veneración, a la adoración
perpetua, pero al mismo tiempo a la ternura, a querer proteger esa frágil parte
y a guardarla y cuidarla para la eternidad. Ella contempló esa maraña
salvaje de vellos que agresivos se desplegaba y aquella lanza hinchada que
desafiaba altiva y altanera a la gravedad que gobierna a los cuerpos en la
tierra, gruesa y morena, casi negra dispuesta a librar la contienda para la
cual fue desencadenada. Él la tomó y casi en un empujón la colocó de espaldas
en el sofá y sin reparo alguno separó sus piernas dejando al descubierto el
canal de su intimidad, el túnel que tibio y humedecido esperaba realizar lo que
por naturaleza fue creado. Ella sintió pudor al experimentar que sus
extremidades eran separadas de esa manera tan invasiva, pero la pasión así es,
agresiva, arrolladora, guerrera y provocadora, no es tierna, no es delicada, no
es educada, simplemente toma lo que reclama sin miramientos, sin concesiones.
Él se colocó sobre ella dejando el peso de su cuerpo en sus rodillas y en sus
brazos extendidos para que ella pudiera seguir trabajando en su entrepierna,
mientras más besos eran dados, como si de una guerra se tratara, unos iban y
otros regresaban en un bombardeo incesante, en una contienda encarnecida, pero
que en la que no había ganador sino entrega. Pronto las manos de ella que se
posaban en la virilidad de él dirigieron a este instrumento de amor carnal a la
entrada de su cueva, colocando su punta en los labios exteriores de ésta,
cargados de voluptuosidad y de deseo. Ella cerró sus piernas alrededor de las
caderas de él y de un empujón con los talones de sus pies puestos sobré las
nalgas de David, hizo que aquel ariete penetrara invasor y victorioso dentro de
ella. Los gemidos brotaron de ambas gargantas como si de un himno se tratara,
como si fuera un coro que ensaya sus tonadas y que al unísono buscan la armonía
entre ellas. Alejandra pronunciaba él, David pronunciaba ella. La violenta
irrupción de la virilidad de David rompió sin piedad la muralla que defendía el
interior de ella convirtiéndola por primera vez en mujer. Un ardor recorrió el
interior de Alejandra, y el dolor y el placer se mezclaron en un beso fugaz de
amistad, haciendo que de los ojos de ella brotaran lagrimas por la intensidad
del suplicio-placer, del gozo-dolor. La cadera de David se movía lenta y
delicadamente, mientras sus respiraciones se afanaban, y la cadencia en el
ritmo comenzó a aumentar gradualmente, mientras más gemidos llenaban el
ambiente, pronto la cadera de él tomó un ritmo más acelerado, haciendo que la
pelvis de ambos chocara violentamente generando el sonido de aplauso a la oda
de amor que se estaba dando. Ella comenzó a generar más fluidos que brotaban de
su interior, lubricando su canal de amor que se mezclaba con la sangre que
brotaba. Los olores de almizcle se elevaron y penetraron en las narices de
ambos. Los cuerpos se bañaron de sudor y los aromas se unieron en una misma
sinfonía. Por la frente de David caía sin tregua obligándolo a cerrar los ojos
mientras con la palma de su mano trataba de limpiarlo y quitarlo de ellos. Sus
pechos parecían como si hubieran estado dentro de una alberca, pero era la
transpiración de su esfuerzo y de sus cuerpos fatigados. David entraba y salía
mientras sentía la tibieza y la humedad vaporosa de ella y ella sentía el
miembro de David picando su interior enardecido. El clímax llegó y la explosión
de simiente brotó tibia y abundantemente de él, desbordándose dentro de ella,
provocando un calor abrazador en la pelvis de Alejandra, haciendo que de ella
brotara también su clímax enamorado, mientras de su garganta brotaban gritos
alocados y su rictus se contraía y sus ojos se cerraban en la terminación del
acto sexual en el que ambos se habían entregado. Las respiraciones se relajaron
y él se posó sobre ella dejando caer el peso de su cuerpo en el de ella, ambos
agotados, ambos extenuados. Mientras ella cerraba sus brazos entorno a la
cabeza de él y acariciaba su peló humedecido. Todo había terminado, todo estaba
consumado. Aquella danza había finalizado y aquellos seres habían sido
uno en ese momento, se habían entregado y compartido sus cuerpos, sus
sensaciones, sus sentimientos. Ahora que iba a pasar pensó Alejandra, pero en
el fondo de su corazón no le importaba. Mañana será otro día, cada día trae sus
propios problemas. Ella supo inmediatamente que su querido profesor iba a
elegir a su familia sobre aquella alumna tonta y mimada, sabía que ella no podía
competir con el amor de la esposa y la hija a la cual pertenecía aquel hombre
que estaba albergado en su interior, que no podía competir con las historias,
lágrimas y luchas con que habían formado su hogar y engendrado a su hija.
Alejandra supo que al salir de aquella oficina todo habría pasado y que sus
manos estarían vacías. Pero no importaba porque aquella experiencia, la
experiencia de su primera vez la guardaría en el interior de su corazón y eso
nadie podría quitárselo y sería un dulce recuerdo que se llevaría a la tumba.
Fin.
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