Caminaba de regreso a mi casa, tenía ya
hambre, quería llegar a mi hogar. Caminaba con cuidado, había terminado de
llover, podía sentir el aire en mi cara y aspirar el frio del ambiente. Subí la
vista y miré un cielo plomizo, unas nubes grises y cerradas. De pronto sentí
húmedas mis calcetas, el agua de las banquetas se había colado a través de los
hoyos que ya tenía la suela de cuero y había traspasado el pedazo de cartón que
les había colocado a mis zapatos para que las calcetas no se ensuciaran y quedaran
con un hoyo también, como ya me había pasado, no podía darme el lujo de perder
ropa. Dios mío, pensé tendré que soportar unos pies mojados en lo que llego a
mi casa. Había agua por todos lados, corrían los arroyos a un costado de las
aceras y había charcos por doquier. Ya no tenía caso caminar con cuidado, mis
calcetas no estaban húmedas sino bien mojadas así que apreté el paso para
llegar más rápido. Que diferente eran ya mis días, que diferente era la
educación pública de la privada, sin tantas reglas, casi sin disciplina. Como
me horrorizaba al principio escuchar a mis nuevos compañeros hablarles de “tú”
a los maestros y por su nombre. Que diferente era ya no preocuparse porque el
uniforme estuviera limpio y planchado y las calcetas blancas hasta por debajo
de las rodillas estuvieran inmaculadas. Que diferente era ya no preocuparse por
la mugre bajo las uñas y tener que cuidar el peinado, hasta dejarlo tan
relamido que las sienes dolían. Que diferente era ya no bolear los zapatos
hasta el extremo militar y estar al pendiente de que no se mancharan de tierra.
Que diferente era comenzar las clases sin persignarse, ni elevar una oración. Que
diferente era no ver a las religiosas por los pasillos de la escuela embutidas
en sus hábitos grises. Pero lo que más me dolía, era haber dejado a mi mejor
amiga, a Teresa, mi compañera, mi confidente, mi cómplice. Nos conocimos en el kínder,
nos pelamos por una pintura roja. Ella me jalo el cabello y yo le rasguñé la
cara. La maestra (Miss) nos había llamado la atención y yo orgullosa ya de esa
tierna edad le había contestado que ella había comenzado. Pero a partir de
entonces nos llevamos muy bien. Ella me convidaba de su lunch y yo del mío. Nos
protegíamos la una a la otra. Si alguien se metía con ella, se metía conmigo y
al revés, siempre estábamos juntas y la queja con mi madre era, es muy buena
alumna pero no deja de hablar con su compañerita. Pero el destino nos había
separado, a Mamá no le alcanzaba para seguir pagando las colegiaturas de
nosotros, así que debimos abandonar las escuelas privadas e ingresar a la educación
pública. Como lloré al saber que ya no iba estar con Teresa, como lloré la
separación.
Llegué a la casa, subí a mi cuarto y me
quité los zapatos, les retiré los pedazos de cartón y pensé tendré que buscar
otros y ponérselos para mañana. Me retire las calcetas y seque mis pies con una
toalla, me calcé las sandalias de baño y bajé a la cocina. Abrí el
refrigerador, la comida estaba ya lista, mamá la había dejado preparada antes de
ir a trabajar. Era una comida sencilla y racionada. Que diferente, pensé era ya
nuestro refrigerador ahora casi vacío. Si, mamá trabajaba, antes de que mi
padre fuera arrestado, ella era ama de casa y se dedicaba a los trabajos del
hogar y al cuidado de la familia, pero ahora todo era diferente. Tenía que
sacar a cinco hijos adelante, a mi hermanito lo pasaba a dejar a la casa de una
tía y ahí lo cuidaban, hasta ya de regreso y después de salir de trabajar mamá
pasaba por él. Prendí la lumbre de la estufa, y puse las cosas a calentar. Mis
hermanos no tardarían en llegar. Al rato los escuchaba llegar, riendo, haciéndose
bromas y hambrientos. Qué diferente era todo ahora que nos habíamos mudado de
casa a una que tenía el abuelo, para estar cerca de papá. Pues antes vivíamos en
el interior de estado y nos habíamos ido a vivir a la capital, pues ahí estaba
el centro de readaptación social en el que estaba internado nuestro padre.
La
lección de todo esto, la que llevo grabada en el alma, mente y corazón es la
entereza del carácter de mi madre. De verdad era admirable verla convertida
ahora en secretaria de una escuela técnica de la educación pública, trabajo que
había conseguido por un cliente del banco que conocía a papá. Nos había
visitado un día y le había dicho a mi mamá – Señora su esposo siempre me ayudo,
ahora yo los voy ayudar, y así lo hizo. Qué feliz se puso mi madre cuando le
dijeron que el lunes comenzaba a trabajar, al principio mi madre sufrió porque
no la querían porque había llegado de recomendada. Para mí fue una lección de
vida y un ejemplo mi madre. Como tengo grabado en el corazón su proceder.
Porque fue quien nos mantuvo unidos y a pesar de los pesares ni mis hermanos ni
yo nos desviamos, sino que siempre nos cuidó y nos inculco el objetivo de
estudiar. Era incansable porque además de cocinar, lavar nuestra ropa,
plancharnos, hacer el aseo y trabajar, le daba tiempo para salir a vender ropa.
Si, el sueldo de mamá no era mucho así que salía por las mañanas y los sábados
a vender ropa, algunas veces yo la acompañe y recuerdo el tener que subir a los
camiones de servicio de trasporte público con nuestras bolsas llenas de cosas y
pesadísimas e ir entre un mar de gentes entre empujones y apretones para vender
las mercancías. Además, siempre estaba al pendiente de papá lo iba a visitar
los días martes, el día viernes a la visita conyugal y el domingo íbamos todos.
Estaba en el juzgado preguntando siempre por el caso de papá. Y siempre que había
una audiencia ella estaba allí. Habló con cuanto juez conoció el caso de papá.
Le escribió una carta al entonces presidente de la república, solicitando su intervención
sobre el caso de papá y fue a verlo pues se sabía que iba a visitar nuestro
estado e iba a ir a una ciudad cercana a la capital. Ese día la acompañe, nos
levantamos temprano y nos fuimos en autobús. Nuestros parientes le decían que
estaba loca, que mejor no hiciera esas cosas, que ni siquiera la dejarían
llegar a diez metros del presidente. Pero a mamá no le importo, muy decidida
viajó para entregar esa carta. Al llegar había mucha gente, y en cada esquina había
soldados y en los techos de los edificios. Podíamos ver a los guardias
presidenciales que estaban impecablemente vestidos de traje negro y corbatas
rojas con un auricular en uno de sus oídos y las gafas negras. Pero mamá avanzo
entre la gente y los guardias y barricadas. Nos acercamos lo más que pudimos. Ahí
estaba, dando un discurso y luego más gente dio discursos y nosotras al
pendiente para poder llegar hasta él. De pronto el evento termino y el
presidente bajo del templete y comenzó a saludar a la gente. Los guardias
presidenciales formaban barricadas humanas para mantener a raya a los
asistentes y de pronto mamá entre empujones y jaloneos logro pasar entre la
multitud y entre los militares y quedo de frente al presidente, él le sonrió y
estiro la mano para dársela y mamá estiro la suya y le entrego la carta que había
escrito con tanta esperanza. Fue allí que me di cuenta del poder del amor, del
poder de la lealtad al voto matrimonial, del poder de una esposa que defiende al
hombre que ama y que le entregó sus días, del poder de una madre que lucha y
que está decidida a alcanzar lo mejor y el bien de los que ella ama. Qué grande
es el amor que pudo pasar vallas, soldados, policías y estar enfrente del
personaje más importante del país. Que impresión sentí de ver a mi madre, esa
diminuta mujer, un poco rechonchita, abrirse paso ante lo imposible y hacerlo
posible. Y las lágrimas surcaron mi rostro. Que orgullosa me sentí de mi madre.
Que admiración sentí por ella, que respeto hincho mi pecho, que emoción me
embargo. Y luego ella volteo y la vi radiante con su sonrisa en la cara, la
abracé y ella emocionada me decía ya se la di hija, ya se la di. Regresamos
emocionadas y llenas de esperanza y contento, comimos unas tortas en la central
del autobús y después partimos a la capital. Llegamos y mi madre y yo le
contamos a mis hermanos lo que había pasado y todos estábamos felices y
emocionados. Recuero a mi madre contárselo a los parientes que al otro día
fueron a visitarnos para saber qué había pasado y vi la cara de asombro en sus
rostros pero también su alegría aun de aquellos que habían dicho que era una
locura.
Esta es mi madre, la persona que más
admiro y respeto. Cuántas veces nosotros los hijos somos tan indiferentes a sus
cuidados, a su amor, a sus consuelos, porque son tan rutinarios que los damos
por algo común, pero jamás los aquilatamos. De verdad mamá que te amo y desde aquí
te digo muchas gracias por todo, muchas gracias por tus cuidados, desvelos,
consejos, caricias y besos, por tus rezos y oraciones. Muchas gracias por quien
eres, muchas gracias por ser mi madre.
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